lunes, 31 de enero de 2011

Solo, negro y fuerte.

Beta negativa. En realidad lo sabía desde que el sábado vi el salvaslip.

Al principio fui de lo más eficiente. Llamé a la clínica, resolvi los trámites a seguir y puse todo en orden. Incluso publiqué la entrada anterior (ya, ya sé que era corta, pero.. ¿se necesitaban más palabras?). Y entonces, cuando ya estaba todo arreglado, rompí a llorar casi sin tránsito de una situación a otra. Recuerdo algo similar una vez que me corté una arteria. Así funcionan los pilotos automáticos (alias: adrenalina).

Sabía que era difícil, estaba preparada y sin embargo fue imposible reprimir las lágrimas. Pronto me di cuenta de que no era desilusión, sino miedo. Miedo a que no suceda, ni esta vez ni ninguna. Y entonces me impresiona el poder adaptativo de la mente, la visualización de futuro o el autoconvenciomiento.


Aunque ante la ley todos seamos iguales, ante la sociedad no lo somos. Por eso a las parejas estables se les acosa con tener hijos: "¿Y lo solos que os vais a encontrar en unos años? ¡Que los niños dan mucha vida!". Por eso a los solteros que los buscamos nos dicen: "¿Pero estás segura? ¡Mira que te cambia la vida y eso luego ya no tiene remedio!". Casi sería más lógico al revés.

Cuando empecé a comentar con algunas personas que estaba pensando en inseminarme, la frase que más escuché fue: "¡¡¡Pero con la vida social tan ajetreada que llevas tú!!!" Y es cierto. Estos meses (más bien años) me he planteado todos los cambios que supondría tener un niño. Hay muchas renuncias que comprendo y sé que llegarán otras que ni imagino. Me gusta mi estilo de vida actual, pero es incompatible con ser madre.

Sacrificio (según la rae, en sus acepciones 1, 5 y 7):
1. m. Ofrenda a una deidad en señal de homenaje o expiación.
5. m. Peligro o trabajo graves a que se somete una persona.

7. m. Acto de abnegación inspirado por la vehemencia del amor.

Por eso cuando el salvaslip (no hay sacrificio sin sangre) me dijo que tal vez no habría que renunciar a dormir, a no tener horarios, a la libertad, a no sufrir de más, al silencio... me costó imaginar un futuro como mi presente.

Mi mente ya tiene un niño. Ahora sólo falta que mi cuerpo se lo conceda.




 

viernes, 28 de enero de 2011

De vuelta a los tacones o la Scala Regia.

Como a veces debo reunirme con clientes, usé una cita profesional como excusa para decirles "ya basta" a los cautos zapatos planos. Los tacones, moderados, como reafirmación de la normalidad.

Apenas hace un año que los utilizo de forma habitual, pero su uso, tan sólo debido a lo bonitos que son y a que finalmente pudo mi deseo frente a mi sensatez (¿pero cuándo te vas a poner tú eso si siempre vas con botas gruesas?), ha pasado a ser tan cotidiano que ahora me miran desde el zapatero con resentimiento. Pero son injustos, saben que nuestra relación es estable. Convivo con casi todos mis pares durante al menos 8-10 años antes de que mueran por agotamiento... (sospecho que se ha dado algún caso de suicidio). Inlcuso los más incómodos, permanecen. Viven mejor, eso sí. También reciben menos cariño, si es, como dicen, el roce el que lo promueve.

Estética versus comodidad. Deseo frente a sensatez. No son incompatibles, pero a veces lo parecen.

Lo mismo pasa cuando le preguntas a algún padre/madre por la maternidad. Existen opiniones compensadas pero, como en todos los temas que tocan fibras sensibles, la gente elige contarte sólo una parte de la película: Ser madre es o vivir en Disneyland o no volver a respirar. No sé cual me da más miedo.

 

Yo lo veo como el Partenón o la Scala Regia del Vaticano. Para que sea bello, requiere de una buena estructura de base, manipulada, conscientemente lejos de la perfeccion formal, dirigida, pensando en el resultado, disfrutar sentado ante los planos buscando la corrección que hará más útil o bonito el conjunto, desesperando cuando no funciona, reorganizando cada día en función de lo que la obra requiera... y el orgullo (o no) de lo que va surgiendo. Es el trabajo de una vida entera... aunque algún día hay que retirarse, dejar que envejezca por sí misma, aprovechando (o no) las formas que le cincelamos, y quedarnos ahí como meros consultores.

Tal vez en poco tiempo me mude a Disneyland... o no vuelva a respirar. Tal vez también pierda los tacones...

(P.D. Por si alguien quiere ver mejor esta increíble escalera: http://politube.upv.es/play.php?vid=2438  Me alegro de haber picado tu curiosidad...)

miércoles, 26 de enero de 2011

La proTesterona

Dicen que las hormonas te revolucionan y las cosas cambian su dimensión (conceptual, no física) sin que puedas controlarlo... pero lo cierto es que yo he llevado todo el proceso con una calma que me sorprende a mí misma. Cada paso ha sido fluido, bien asentado sin necesidad de ponerme suelas de plomo. Por eso, aunque sólo sea por eso, debería pensar que pasar por él de nuevo no sería una tortura. No ha habido ningún aspecto que me produzca tal rechazo que requiera un esfuerzo extra (ni siquiera recordarme cada día ante el espejo por qué hago esto, como sucede en las películas) para repetir. Tampoco la temida histerosalpingografía (que en el peor de los casos no tocaría repetir) me resultó dolorosa (tan sólo la decepción de ir soltando contraste rosa durante 2-3 días... yo que me había hecho ilusiones respecto a tener una menstruación de "sangre azul"... :)  )



Un nuevo ciclo supondría otra vez agujas, ecografías, inseminación... y progesterona, claro. La progesterona te vuelve loca porque cuando:
  • sientes los anunciados (y deseados) mareos: es la progesterona
  • tienes sueño: es la progesterona
  • te quedas seca como no bebas a todas horas: es la progesterona
  • te molestan los pechos: es la progesterona
  • ¿Te habías hecho ilusiones? ¡¡¡Es la progesterona!!!
Entonces, de repente... noto molestias, tienen algún parecido a los dolores menstruales y eso, por lo visto, NO es la progesterona. Eso son malas señales. De momento no sangro, aunque he recuperado el miedo al papel higiénico. Estoy desanimada pero me obligo a respirar hondo cada vez que me tenso y relajo los músculos que puedo identificar.

Me planteo que es difícil y que lo he sabido desde el principio. No pierdo la esperanza. Ni en esta ocasión, ni en otras (si las necesito, que aún está por ver). Pienso en cada paso que he dado, han sido sencillos (mucho más de lo que imaginé). Únicamente hay un punto del proceso, uno solo,  que quisieras evitar, el que te saltarías si te dieran a escoger:  esta espera.


domingo, 23 de enero de 2011

Perdiendo el miedo al papel higiénico.


Puede parecer exagerado, pero no lo es...

Ir al baño se ha convertido en un martirio. No tienes más remedio, no hay posibilidad de escapar, pero temes lo que te espera. En este caso, y por ahora, nada malo. Examino cada pedazo utilizado como si fuera uno de esos papeles con indicadores químicos, esos que en CSI meten en un líquido y se tiñen de color. Pero tras  una semana sin que aparezca el temido rojo, empiezo a enfrentarme al inodoro como antes de la inseminación, y voy con la misma facilidad con la que abro la nevera. Aunque, eso sí, sigo mirando el resultado, pero con el sentimiento "acorchado" (ese tacto deficiente de una mano dormida) con el que echo de menos el jamón en mi despensa.

Estoy bastante más tranquila de lo que creí que estaría. Me examino mentalmente más de lo que suelo hacer en mi vida "normal", aunque entiendo que mucho menos que un hipocondríaco profesional. Hace un par de días tuve un ligero dolorcillo que recordaba a los de menstruación. Se me torció el gesto pero, para mi sorpresa, nada más. Al día siguiente desperté con mareo, así que permití que se me compensara el ánimo, a pesar de ser consciente que la progesterona que tomo puede ser la causa de esos minimísimos síntomas que puedo notar en uno u otro sentido.

Hace dos noches salí con amigos. Al regresar a casa en mi coche, como siempre hago, me percaté de algo increíble. Ha cambiado mi sentido de la velocidad. O eso o el cuentakilómetros de mi coche estaba cansado y marcaba de menos. De repente los límites legales no son demasiado cautos, y no debo esforzarme en mantenerme por debajo. Mi pie parece haberse aliado con mi útero, cuando se posa sobre el pedal. Lo hice de forma inconsciente, y me sorprendí al ver que los números de mi panel no rebasaban los de las señales, cuando los miré para corregir. Me maravilla la biología, la parte animal, la adaptativa y cómo mi mente ajusta mis movimientos y sensaciones sin que yo llegue a percatarme, sin pedirme más esfuerzo consciente que el que ya realizo. He decidido mantenerme tranquila y mi cuerpo ha aceptado el reto de trabajar "por cuenta ajena".

sábado, 22 de enero de 2011

El gato de Schrödinger

 A veces debo recordarme que este no es un proceso paulatino. O me quedé embarazada en el momento o no, pero fue cuestión de segundos y no de semanas. Ahora es una precaución sobre el vacío, sobre un no saber. Puede ser que proteja lo que aconteció o puede que esté yendo innecesariamente de puntillas sobre una moqueta. Es el gato de Schrödinguer.

http://es.wikipedia.org/wiki/Gato_de_Schr%C3%B6dinger

miércoles, 19 de enero de 2011

7.930.000

Eso me dijo mi médico ayer como saludo al entrar en la consulta: "7.930.000"

No usó unidades que definieran de qué hablábamos, aunque supongo que el que yo estuviera desnuda de cintura para abajo y con las piernas abiertas,debía ser suficiente para imaginarlo. Sin embargo pregunté: "¿Qué?"

"7.930.000" repitió. Creo que "ajá" fue todo mi comentario. "¡Espermatozoides móviles!" Supongo que eso es lo malo de autocensurarme los temas médicos en Internet, que luego no sabes de qué te están hablando. Estoy segura de que la mayoría de las mujeres que habitan en los foros (y lo siento, pero las 2 veces que he entrado eran TODO mujeres) se han informado de hasta el último detalle, pero también han comparado casos totalmente dispares y algunas veces incluso han fomentado la desconfianza a su propio médico. Tal vez peco de ingenua, pero prefiero confiar en el profesional que me atiende. Hace unos meses entré por primera vez en un quirófano. Una operación menor pero con anestesia total. La doctora me dijo: "No estés nerviosa" y yo respondí: "No lo estoy... ¿Cómo iba a estarlo? Hay aquí no menos de 7 u 8 personas cuidando de mí"

Así que mi cara debía ser una interrogación o la imagen de la ignorancia cuando escuché el numerito en cuestión. "Deben ser más de 3.000.000" completó el doctor. Respiré aliviada ("qué diseño biológico tan poco eficiente", pensé) y poco más pude hacer cuando ya estaba todo liquidado. Porque el proceso no debe llevar más de 2 minutos. Con música de ascensor, eso sí. Espero que si me quedo embarazada, eso no haya traumatizado ya al bebé y nos cueste años de terapia: "Tiene que comprenderlo, fui concebido con música de Kenny G."


De pronto, yo que estaba tan tranquila, que llevaba inesperadamente bien el tema, sin agobios ni comeduras de tarro excesivos. Yo que me había preparado mentalmente para esto durante años... salí de la clínica con sensación de irrealidad. Todo el proceso lo he afrontado como un tratamiento médico en positivo, pero asumiendo todo con el lado aséptico, técnico y biológico del tema, y dejando los aspectos emocionales para cuando lo posible fuera una realidad. Sin embargo, la inseminación, esos dos minutos de manipulación y otros 20 de reposo, que pasé tranquila, cambiaron algo. ¿Lo has hecho? ¿Estás segura de que lo has hecho? (Apréciese la diferencia entre "¿Estás segura de que lo has hecho?" y "¿Estás segura de lo que has hecho?", que no es lo mismo!).

Salí con parsimonia, con cuidado. Llevo dos días moviendome a cámara lenta. Con la sensación de que alguien ha metido algo muy valioso, y que no es mío, en mi vagina. La han utilizado de caja fuerte, de bolsillo de abrigo de invierno en verano, donde guardas esas cosas que no quieres que otros encuentren y a veces terminas tú mismo por olvidar. Y yo soy el abrigo viejo, que se queda al cuidado de algo que sabe importante y agradece el honor ser su guardián... pero el bolsillo se abre por abajo y no tiene cremallera.

Por eso ando despacio, intentando que quede abrazado entre los pliegues de mi forro interno.

domingo, 16 de enero de 2011

De ratones y hombres.

Última jeringuilla de este ciclo. Tal vez por eso, tal vez por ser una medicación distinta a los días anteriores, ha dolido más. Sentir su aguja me ha logrado recordar mi terror a las inyecciones, pero no ha sido suficiente para echarme atrás, por supuesto.

Demasiadas vueltas dadas a la cabeza (a veces pareciera que literalmente) como para que un pellizco en la carne tenga ningún poder para provocar ni un leve temblor. Sin embargo, haciendo memoria, me doy cuenta de que no hace tanto de mi decisión. O al menos de tomar ESTE camino. Ni dos años siquiera.


Sin embargo hace muchos más, 10 en concreto, desde que empezó a formarse la idea. No fue un largo proceso reflexivo, más bien lo recuerdo como una revelación puntual y certera, como otras muchas, pero esta llegó sobre terreno abonado, parece ser. Un día simplemente me percaté de que mi deseo de ser madre no requería de un hombre-pareja. Parece obvio, lo sé. Desde ese día mis relaciones con los hombres mejoraron mucho. Yo no iba buscando un marido, ni siquiera un hombre (casarme nunca ha sido una de mis "ilusiones") pero entendía que venía en el pack "maternidad". Creo que por entonces sí creía que estar en pareja era el estado ideal. Ahora no creo que sea bueno ni malo, sólo es UN estado. Bien llevado es bueno, mal llevado es horrible. Lo mismo que estar soltera (en el sentido más amplio de la palabra).

Pero entonces creía que sí, que era parte ineludible del proceso. Por algún motivo que no recuerdo (imagino que porque mis parejas no eran estables desde hacía tiempo), un día desperté con esa revelación: "puedo ser madre sola". Todo ese miedo que parecía acumularse si había algún tropiezo en el sexo, de pronto no era tan malo. Por entonces yo ya rozaba casi la treintena, así que no era una cría cuya vida quedara "temporalmente destrozada" por un bebé. Era difícil que se diera el caso accidentalmente, porque si en algo he sido estricta en mis relaciones es en el sexo seguro (un buen primer novio, muy concienciado, me dejó la marca indeleble), pero aún así, aún siendo una Srta, Rottenmeier en cuando a métodos barrera, algún desliz he tenido (¡¡y la de comeduras de tarro que eso me ha acarreado!!).

Pero saberme decidida a cumplir ese deseo y capaz de hacerlo sola, logró que los hombres no tuvieran la carga extra que otras mujeres a mi alrededor, rozando la treintena, buscaban en ellos. Me relajé. Se relajaron. Las cosas han sido más fluídas, poco acartonadas cuando un tema tan espinoso salía a colación. Tampoco en estos años ha habido un hombre con quien quisiera tener hijos. O no ha sido el momento, ni el lugar.

En realidad mi idea fue siempre la adopción. Hasta hace dos años aproximadamente. Entonces la inseminación se hizo una posibilidad real... y casi urgente si deseaba probarla. Hubo hombres que se ofrecieron, realmente los hubo. Alguno para "compartir" el niño aunque no hubieramos sido nunca nada más que amigos. Otros a inseminarme "de forma natural" y desaparecer. A todos les dije que no. No quise compartir el niño con quien no me ataran más lazos, ni arriesgarme a un "ataque de paternidad responsable", cinco años después, de un donante "natural" arrepentido. Lo pedí a uno, a UN sólo hombre. Con dos condiciones: 1ª: podrás desaparecer o estar presente, sea ahora o en 15 años, pero una vez aparezcas (si lo haces) será para siempre. 2ª: no te buscaré, no pediré nada, el mero hecho es el mayor regalo... salvo que el niño corra peligro y tú puedas salvarlo. No dijo que no. Tampoco que si. Necesitaba pensarlo. Tanto lo pensó, que yo también lo hice y cambié de idea. Pero no me arrepiento. Conservaré el momento de pedirlo como una escena preciosa que ya nadie me puede quitar. Y pensar que me daba miedo...

viernes, 14 de enero de 2011

Tres eran tres...

Y es que normalmente los números impares tienen cosas que los pares no. Y viceversa, lo sé.

Tres son los folículos (o son óvulos?) que las auto-inyecciones diarias han madurado en mi ovario izquierdo. "Está muy bien" comenta mi médico, casi diría que con cierta sorpresa. Y yo, que no he parado de repetirme que es difícil quedarme embarazada en el primer intento (25% de posibilidades con esperma de banco de semen), ahora empieza a preocuparme lo de un embarazo múltiple!


Pero estábamos con los impares. Y sí, claro, ser soltero es un impar. En cada prueba que me he ido haciendo en este proceso, los técnicos sanitarios me preguntaban: ¿qué problema tienes? ¿Problema? Ninguno. Lo que tampoco tengo es pareja. Y aún había quien te miraba con "entonces ESE es el problema" o "¿y piensas tener un crío?". Seamos sinceros, también hay quien te llama valiente.

Pero esta semana, en la sala de espera de la clínica, silenciosa, limpia, amable (muy muy amables, entiendo que política de empresa), he descubierto una de las ventajas de pasar por este proceso sola. No he permitido a nadie acompañarme a cada prueba, análisis o visita. En cada paso he tenido no menos de 3 ofertas de compañía y siempre las he rechazado, a veces negarme implicaba muchas muchas explicaciones, pero estaba convencida y se ha respetado mi deseo. Voy más tranquila, las salas de espera son más relajadas con mi libro y tiempo por delante, sin prisas. "Eres rara" me dicen. Esta semana ha quedado claro que no tanto... La sala de espera estaba llena de parejas. Mucho apoyo, cierto, pero también contagio de nervios. Una mano que se tensa y el del al lado lo siente con toda la carga que lleva ese gesto, con la historia que comparten. Otra se susurran preguntas que no tendrán respuesta salvo delante del doctor. Otros ni se miran, sólo miran alrededor.

Si me embarazo, si lo logro, pasaré momentos duros por estar soltera (en el sentido más amplio), pero también por otros en los que es más fácil ser sólo uno.

domingo, 9 de enero de 2011

Empezamos...

Ese minúsculo morado (en realidad apenas si puede llamársele "lila") es toda la marca que queda de mi primera auto-inyección.

Es curioso como la voluntad se sobrepone a cualquier tipo de fobia. Yo tengo auténtico terror a las agujas, y si no monto un espectáculo cada vez que me hacen un análisis es por vergüenza. Por ahora me puede el orgullo, supongo. Ayer mismo, cuando me sacaron sangre para determinar mi grupo sanguíneo, miré hacia otro lado y esperé el pinchazo con el estómago atravesado. Sin embargo, dos minutos después estaba pidiendo, con absoluta calma, detalles a la enfermera sobre cómo debía proceder a inyectarme las hormonas para favorecer la ovulación.

Esta tarde-noche me he colocado ante el espejo con el bolígrafo autoinyectable, la medicación, el alcohol, las gasas... y la aguja que debía clavarme. He procedido con calma, como si se tratara de un problema de matemáticas de aquellos en los que dos trenes salen a la misma hora de... Se ponen en orden los datos, aplicamos un poco de lógica y hacemos las 3 operaciones base que nos han explicado.

El dolor nunca es el motivo de terror aunque tendamos a creerlo. Es imposible que el dolor que genera un pinchazo tenga a media humanidad angustiada cada vez que ve una jeringuilla. Tiene que haber algo más. No tengo la solución, tan sólo la pregunta, pero es seguro que algo nos dejamos en ella. Siempre he creído estar a salvo de la heroína porque se administra inyectada. Sin embargo hoy he dicho por primera vez: "Voy a pincharme".

Tal y cómo he ido haciendo a lo largo de todo este proceso (pues a pesar del título de esta primera entrada, en realidad hace mucho que empecé), no he buscado, consultado, preguntado ni nada en Internet. Evito los temas médicos, pues siempre encuentras los mayores terrores posibles, las historias más trágicas y las desconfianzas hasta del humano/proceso/medicación más honesto/seguro/inocuo.

La aguja de hoy no ha dolido. Mucho menos que el pinchazo de una mano dormida que despierta, que el frío punzante del contacto con un metal helado. Luego nada. Cuando ya no veía ni un milímetro de ella, sabía que estaba enterrada en mi abdomen, pero igual podría haber desaparecido como en aquellas jeringas de juguete cuya aguja retrocedía ante cualquier obstáculo.

El deseo puesto en acción supera cualquier barrera mental.