miércoles, 25 de enero de 2012

Ese amor inconmensurable.

Una de las frases que más escuchas cuando estás embarazada es: "No sabes cuánto se puede querer hasta que no tienes a tu hijo en los brazos" o "de pronto te sientes invadida por un amor que ni soñabas"...

Llega el parto, ves al niño salir de tí, lo notas. Es ese que te daba patadas, ese con el que te comunicabas con un leguaje secreto y cuando te lo dan... no lo conoces. En realidad es parecido a las relaciones por internet: conoces su caracter, su historia, sus sentimientos... pero no tiene cara hasta que aparece ante tí.

Y entonces... no pasa nada de eso que te han dicho.

La primera noche no duermes, porque la pasas entera mirándole. No sabes cómo es posible que horas antes estuviera dentro de tí. Cada tripa que se te mueve (que sí, que ahora seguro que es una tripa) te provoca llevarte la mano al estómago y decirle algo cariñoso, pero no, el niño no está ahí, sino frente a tí. Moviéndose con aire entre vosotros.

Es algo incomprensible, yo a ratos creí ser un perro que mira con curiosidad a ese otro bicho, pero sin llegar a entender qué es, de dónde viene y qué se supone que tengo que hacer con él. Tampoco le extrañaría a nadie que le oliera el culo.

Tal vez es por eso, por el animal que somos, que todo resulta mucho más instintivo de lo que pensaba. Yo que siempre he sido torpe cuando me daban un bebé, el mío siempre lo he manejado con soltura, desde el mismo momento en el que me lo pusieron encima, a escasos 5min. de haber nacido.

Yo, que siempre pensé que una cuota a pagar, obligatoria para un futuro más interesante, era jugar con los bebés a los famosos "cucú-trastras", llamarles "cosita linda", pasar horas haciendo gestos repetitivos para estimular su interés, su atención, sus sentidos. Y ahora el tiempo pasa volando en esas actividades y si alguien paga peaje, será el niño, porque yo no.

Tienes miedos nuevos o se incrementan otros preexistentes. Entonces recuerdas otra frase que te dijeron: "no sabes lo que es el miedo hasta que tienes un hijo", te das cuenta de que es verdad. Y eso ya es de por vida.

Pero... ¿y ese amor inconmensurable? ¿ese cariño que supera todo lo imaginable? Sí, le quieres, pero aún puedes quererle más (tienes la certeza de que vas a quererle más). Aún así, te sientes culpable. No me he equivocado, pero tal vez no soy una madre amantísima, tal vez mi capacidad de cariño, esa que tanto me han alabado en mi vida, no funcione con mi hijo. Tal vez soy a-natural en eso. No puedo escudarme en la depresión postparto, porque no la he tenido


Cierto que cuidas cada detalle y evitas peligros tontos diarios como si fueran cruzar el Ebro a nado (paso firme y decisión, pero con mucha cautela): las escaleras, el fuego de la cocina, el frío de la calle. Te expones a otros de loque antes te cuidabas: mi cuerpo siempre entre su carrito y cualquier posible coche o cambiar la norma de "lo que se cae no se lleva a la boca", por "lo que se cae pasa primero por la boca de mamá antes que a la de Gerard", actuando de cortafuegos.

Te cansa dormir poco y a veces maldices dos tomas demasiado seguidas... pero en realidad a él no le recriminas nada. Eres feliz. No el éxtasis que todos nombran, pero eres feliz. No necesitas nada.

Lo que incumbe a tu hijo no te requiere un esfuerzo: los pañales, los pezones destrozados, los días sin salir de casa, el fin (temporal, esperemos) de tu vida social, los miedos, las horas que se pierden, las que se fijan rompiendo cualquier otro horario. Te diviertes, REALMENTE te diviertes y ríes a carcajadas por una sonrisa torcida, un gesto inesperado. Abrazas con mimo, con un "arrope" que no le has dado a nadie, mirando sus ojos (abiertos o dormidos) sin conciencia del paso del tiempo.

De pronto, ese día te das cuenta de que, lo único que sucede, es que entre tanta baba, no te has acordado del amor.

jueves, 12 de enero de 2012

Nueva voz


Hoy le cambiaba a Gerard el pañal, cosa que siempre hago hablándole. Lo raro, en mi caso, sería que lo hiciera callada. Eso o cualquier otra actividad de mi vida cotidiana.

Hace unos años, en un viaje a Irlanda, visité el castillo de Blarney. La torre del homenaje tiene una piedra "mágica" que quien la besa, recibe el don de la elocuencia. El premio puede parecer muy generoso, a cambio de un casto beso, pero hay que colgarse boca abajo desde lo alto de la torre para llegar con los labios hasta ella. A mí me pareció divertido, sin embargo mi familia me prohibió (sin posible negociación) que me acercara siquiera. Nada que ver con los 30m de vacío sobre los que quedas suspendido, sino que temían que pudiera funcionar... y aumentar (aún más) mis palabras por minuto (o segundo)!!!

Por eso resulta lógico que le hable a Gerard cuando le cambio, cuando le doy el pecho, cuando jugamos...

Hoy, como otros días, mi madre nos miraba desde la puerta del cuarto. Le he pedido que terminara de vestirle mientras yo iba al baño a por algo. Al regresar he oído que ella también le hablaba:

 "Tu mamá tiene una voz nueva, una que únicamente utiliza cuando habla contigo."

domingo, 8 de enero de 2012

El género hijos

"¿No te impresiona decir mi hijo?"- me pregunta mi padre.

No, no me impresiona. Tal vez porque ya hacía meses que me sentía madre.

En cambio, sí hay algo que ha cambiado en mi percepción de los hijos como "género". Hasta ahora, al oir que alguien había perdido a un hijo, pensaba "ay, pobre". Ahora se me eriza la piel, el corazón se me retuerce y me encuentro físicamente mal.

Tanto es así, que mi padre ha puesto "Barry Lindon" en la televisión, pero al llegar a la escena en la que el niño agoniza, me ha mirado y ha dicho: "Cambia de canal, no te preocupes"

Imagino que en unos meses, tal vez algo más, esa reacción se regulará. Nunca volveré a pensar "ay, pobre", pero lograré ver alguna película, libro, noticias en las que suceda sin ponerme enferma.