domingo, 16 de enero de 2011

De ratones y hombres.

Última jeringuilla de este ciclo. Tal vez por eso, tal vez por ser una medicación distinta a los días anteriores, ha dolido más. Sentir su aguja me ha logrado recordar mi terror a las inyecciones, pero no ha sido suficiente para echarme atrás, por supuesto.

Demasiadas vueltas dadas a la cabeza (a veces pareciera que literalmente) como para que un pellizco en la carne tenga ningún poder para provocar ni un leve temblor. Sin embargo, haciendo memoria, me doy cuenta de que no hace tanto de mi decisión. O al menos de tomar ESTE camino. Ni dos años siquiera.


Sin embargo hace muchos más, 10 en concreto, desde que empezó a formarse la idea. No fue un largo proceso reflexivo, más bien lo recuerdo como una revelación puntual y certera, como otras muchas, pero esta llegó sobre terreno abonado, parece ser. Un día simplemente me percaté de que mi deseo de ser madre no requería de un hombre-pareja. Parece obvio, lo sé. Desde ese día mis relaciones con los hombres mejoraron mucho. Yo no iba buscando un marido, ni siquiera un hombre (casarme nunca ha sido una de mis "ilusiones") pero entendía que venía en el pack "maternidad". Creo que por entonces sí creía que estar en pareja era el estado ideal. Ahora no creo que sea bueno ni malo, sólo es UN estado. Bien llevado es bueno, mal llevado es horrible. Lo mismo que estar soltera (en el sentido más amplio de la palabra).

Pero entonces creía que sí, que era parte ineludible del proceso. Por algún motivo que no recuerdo (imagino que porque mis parejas no eran estables desde hacía tiempo), un día desperté con esa revelación: "puedo ser madre sola". Todo ese miedo que parecía acumularse si había algún tropiezo en el sexo, de pronto no era tan malo. Por entonces yo ya rozaba casi la treintena, así que no era una cría cuya vida quedara "temporalmente destrozada" por un bebé. Era difícil que se diera el caso accidentalmente, porque si en algo he sido estricta en mis relaciones es en el sexo seguro (un buen primer novio, muy concienciado, me dejó la marca indeleble), pero aún así, aún siendo una Srta, Rottenmeier en cuando a métodos barrera, algún desliz he tenido (¡¡y la de comeduras de tarro que eso me ha acarreado!!).

Pero saberme decidida a cumplir ese deseo y capaz de hacerlo sola, logró que los hombres no tuvieran la carga extra que otras mujeres a mi alrededor, rozando la treintena, buscaban en ellos. Me relajé. Se relajaron. Las cosas han sido más fluídas, poco acartonadas cuando un tema tan espinoso salía a colación. Tampoco en estos años ha habido un hombre con quien quisiera tener hijos. O no ha sido el momento, ni el lugar.

En realidad mi idea fue siempre la adopción. Hasta hace dos años aproximadamente. Entonces la inseminación se hizo una posibilidad real... y casi urgente si deseaba probarla. Hubo hombres que se ofrecieron, realmente los hubo. Alguno para "compartir" el niño aunque no hubieramos sido nunca nada más que amigos. Otros a inseminarme "de forma natural" y desaparecer. A todos les dije que no. No quise compartir el niño con quien no me ataran más lazos, ni arriesgarme a un "ataque de paternidad responsable", cinco años después, de un donante "natural" arrepentido. Lo pedí a uno, a UN sólo hombre. Con dos condiciones: 1ª: podrás desaparecer o estar presente, sea ahora o en 15 años, pero una vez aparezcas (si lo haces) será para siempre. 2ª: no te buscaré, no pediré nada, el mero hecho es el mayor regalo... salvo que el niño corra peligro y tú puedas salvarlo. No dijo que no. Tampoco que si. Necesitaba pensarlo. Tanto lo pensó, que yo también lo hice y cambié de idea. Pero no me arrepiento. Conservaré el momento de pedirlo como una escena preciosa que ya nadie me puede quitar. Y pensar que me daba miedo...

No hay comentarios:

Publicar un comentario