domingo, 9 de enero de 2011

Empezamos...

Ese minúsculo morado (en realidad apenas si puede llamársele "lila") es toda la marca que queda de mi primera auto-inyección.

Es curioso como la voluntad se sobrepone a cualquier tipo de fobia. Yo tengo auténtico terror a las agujas, y si no monto un espectáculo cada vez que me hacen un análisis es por vergüenza. Por ahora me puede el orgullo, supongo. Ayer mismo, cuando me sacaron sangre para determinar mi grupo sanguíneo, miré hacia otro lado y esperé el pinchazo con el estómago atravesado. Sin embargo, dos minutos después estaba pidiendo, con absoluta calma, detalles a la enfermera sobre cómo debía proceder a inyectarme las hormonas para favorecer la ovulación.

Esta tarde-noche me he colocado ante el espejo con el bolígrafo autoinyectable, la medicación, el alcohol, las gasas... y la aguja que debía clavarme. He procedido con calma, como si se tratara de un problema de matemáticas de aquellos en los que dos trenes salen a la misma hora de... Se ponen en orden los datos, aplicamos un poco de lógica y hacemos las 3 operaciones base que nos han explicado.

El dolor nunca es el motivo de terror aunque tendamos a creerlo. Es imposible que el dolor que genera un pinchazo tenga a media humanidad angustiada cada vez que ve una jeringuilla. Tiene que haber algo más. No tengo la solución, tan sólo la pregunta, pero es seguro que algo nos dejamos en ella. Siempre he creído estar a salvo de la heroína porque se administra inyectada. Sin embargo hoy he dicho por primera vez: "Voy a pincharme".

Tal y cómo he ido haciendo a lo largo de todo este proceso (pues a pesar del título de esta primera entrada, en realidad hace mucho que empecé), no he buscado, consultado, preguntado ni nada en Internet. Evito los temas médicos, pues siempre encuentras los mayores terrores posibles, las historias más trágicas y las desconfianzas hasta del humano/proceso/medicación más honesto/seguro/inocuo.

La aguja de hoy no ha dolido. Mucho menos que el pinchazo de una mano dormida que despierta, que el frío punzante del contacto con un metal helado. Luego nada. Cuando ya no veía ni un milímetro de ella, sabía que estaba enterrada en mi abdomen, pero igual podría haber desaparecido como en aquellas jeringas de juguete cuya aguja retrocedía ante cualquier obstáculo.

El deseo puesto en acción supera cualquier barrera mental.

No hay comentarios:

Publicar un comentario