Beta negativa. En realidad lo sabía desde que el sábado vi el salvaslip.
Al principio fui de lo más eficiente. Llamé a la clínica, resolvi los trámites a seguir y puse todo en orden. Incluso publiqué la entrada anterior (ya, ya sé que era corta, pero.. ¿se necesitaban más palabras?). Y entonces, cuando ya estaba todo arreglado, rompí a llorar casi sin tránsito de una situación a otra. Recuerdo algo similar una vez que me corté una arteria. Así funcionan los pilotos automáticos (alias: adrenalina).
Sabía que era difícil, estaba preparada y sin embargo fue imposible reprimir las lágrimas. Pronto me di cuenta de que no era desilusión, sino miedo. Miedo a que no suceda, ni esta vez ni ninguna. Y entonces me impresiona el poder adaptativo de la mente, la visualización de futuro o el autoconvenciomiento.
Aunque ante la ley todos seamos iguales, ante la sociedad no lo somos. Por eso a las parejas estables se les acosa con tener hijos: "¿Y lo solos que os vais a encontrar en unos años? ¡Que los niños dan mucha vida!". Por eso a los solteros que los buscamos nos dicen: "¿Pero estás segura? ¡Mira que te cambia la vida y eso luego ya no tiene remedio!". Casi sería más lógico al revés.
Cuando empecé a comentar con algunas personas que estaba pensando en inseminarme, la frase que más escuché fue: "¡¡¡Pero con la vida social tan ajetreada que llevas tú!!!" Y es cierto. Estos meses (más bien años) me he planteado todos los cambios que supondría tener un niño. Hay muchas renuncias que comprendo y sé que llegarán otras que ni imagino. Me gusta mi estilo de vida actual, pero es incompatible con ser madre.
Sacrificio (según la rae, en sus acepciones 1, 5 y 7):
Por eso cuando el salvaslip (no hay sacrificio sin sangre) me dijo que tal vez no habría que renunciar a dormir, a no tener horarios, a la libertad, a no sufrir de más, al silencio... me costó imaginar un futuro como mi presente.
Mi mente ya tiene un niño. Ahora sólo falta que mi cuerpo se lo conceda.